jueves, 8 de mayo de 2008

Un desierto que se transformó en oasis

ISRAEL GHELMAN
Especial para El Nuevo Herald

En el siglo II de la Era Común, el Imperio Romano conquistó Judea y aplastó brutalmente el gobierno de su líder, Bar Kojbá. Los hebreos lucharon bravamente, pero fueron derrotados, perdieron su independencia y los sobrevivientes partieron al exilio.

Durante más de 1,800 años no hubo ningún pueblo soberano, pero los judíos siempre estuvieron en la Tierra de Israel. Permanecían para estudiar las Sagradas Escrituras y morir allí, en la cuna de sus antepasados.

Pero nadie se ocupaba del suelo, que paulatinamente se convirtió en un estéril campo, lleno de arena y pantanos. A fines del siglo XIX, cuando comenzaron las oleadas migratorias hacia Israel, se encontraron con esa realidad decepcionante. La antigua comarca en la que ''manaban la leche y la miel'', según la Biblia, era un inhóspito páramo.

Esos inmigrantes provenían de las universidades y de la clase media. No tenían la preparación física ni técnica para convertirse en agricultores, pero lo hicieron con mucha ilusión y ampollas en las manos.

Empezaron trabajando por poco más que la comida. El calor era intolerable durante el día y los músculos les dolían durante la noche. La fiebre, los escalofríos y el dolor de cabeza no los abandonaban porque la malaria era endémica. Sin embargo, aguantaron.

Se fueron estableciendo pequeños grupos que comenzaron plantando eucaliptos para secar los pantanos, pero el momento decisivo fue la creación del kibutz, en 1910.

El kibutz es una comunidad rural que tiene como principios básicos la propiedad conjunta de los bienes, la igualdad y la cooperación en la producción, el consumo y la educación. Una sociedad en la que cada individuo aporta según sus posibilidades y recibe según sus necesidades. Sus fundamentos eran la ayuda mutua y la justicia social.

En un ambiente hostil, amenazadas constantemente por sus vecinos, esas colonias agrícolas se fueron reproduciendo sobre una tierra yerma y abandonada durante siglos, sin agua ni fondos económicos suficientes, para abastecer las necesidades de la población.

Luego de superar las mayores dificultades, los kibutz lograron desarrollar sólidas y exitosas comunidades que influyeron decisivamente en el establecimiento del Estado y su posterior desarrollo. Era un enclave socialista en medio de un sistema capitalista y uno de sus aciertos fue haberse adaptado a los cambios de la sociedad general sin modificar su esencia.

Aunque fue en sus orígenes un centro de producción agrícola, el kibutz desarrolló industrias y actividades afines que le permitieron sobrevivir y a la vez convertirse en un factor del progreso. Todo el país se fue adaptando a las nuevas realidades.

Sobre su pequeña superficie --menor que Nueva Jersey-- de tierras con escasos recursos naturales, Israel comenzó a aprovechar su más valiosa posesión: el talento de sus habitantes.

El deseo de transformar la tierra improductiva fue el principio del desarrollo tecnológico.

La investigación comenzó con el establecimiento de la escuela Mikvé Israel en 1870 y posteriormente la Estación Agrícola, establecida en Tel Aviv en 1921.

El primer centro de altos estudios, la Universidad de Jerusalén, fue fundado en 1918; el Instituto de Tecnología de Israel Technión en 1924, décadas antes de la creación del Estado. En 1948, el recién nacido Estado de Israel se encontró con una infraestructura científica y tecnológica que fue la base de su posterior desarrollo. Los proyectos nacionales, que tenían prioridad, sirvieron de fundamento para el impulso de la actividad industrial empresaria.

Estimulando sustancialmente el estudio, Israel se ha convertido en un avanzado centro tecnológico y científico que produjo descubrimientos e inventos diversos.

El establecimiento de sofisticadas empresas en las áreas de la medicina, computación y comunicaciones fue el resultado de esa labor científica y gracias a ellas hoy Israel es una reconocida potencia mundial que contribuye con sus avances al bienestar de su pueblo y de la humanidad.

Parafraseando a David Ben-Gurión, uno de sus fundadores: ``La investigación científica y sus logros ya no son meramente un asunto intelectual abstracto, sino un factor central en la vida de todo pueblo civilizado...''.

Fuente: El Nuevo Herald

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